Casi al final del concierto, mientras interpretaba al lado de sus cinco compañeros una versión a capella de Hoy tengo que decirte papá, Diego Schoening no pudo evitar el llanto ante la presencia de su hijo y de su esposa en las primeras filas del auditorio. Al lado suyo, contagiada por la emoción, Mariana Garza derramó también algunas lágrimas.
Fue el mayor momento de catarsis durante esa noche para los integrantes de Timbiriche, una banda de pop que se formó hace 25 años y que, a pesar de ser considerada como un producto instrascendente por sus detractores, sigue despertando un entusiasmo desmedido entre sus seguidores, quienes llenaron el Anfiteatro Gibson el miércoles y se comportaron siempre como si se encontraran frente a los Beatles.
Es indudable que el llanto sincero de Diego y de Mariana no se debía sólo a una sensibilidad relacionada a la familia, sino también a los sentimientos surgidos ante la exitosa reunión de una agrupación que ha marcado completamente sus vidas.
Los dos fueron parte de Timbiriche desde que tenían 10 años, y después de eso pasaron mucho tiempo relacionados al fenómeno musical, sobre todo en el caso de Diego, que fue un miembro estable hasta la separación final de la banda, en 1994.
No cabe duda de que tanto ellos como los demás en la tarima —Benny Ibarra, Sasha Sokol, Alix Bauer y Erick Rubín—, quienes pertenecieron al grupo desde su etapa formativa, tienen que sentir emociones encontradas ante un proyecto que les dio en determinado momento una fama desmedida, pero que les quitó también la posibilidad de disfrutar de una infancia normal y saludable.
Aunque fue muy conmovedor para los fans ver el elaborado modo en el que se combinó lo que sucedía en vivo con unas imágenes en pantalla gigante que mostraban a todos los cantantes presentes entonando los mismos temas cuando eran muy chicos, lo cierto es que esas mismas canciones manejaban unos asuntos amorosos propios de personas mayores.
De manera involuntaria, este despliegue multi-media trajo al presente la descarada manipulación comercial a la que fueron sometidos unos infantes que, al menos en esos momentos, no escribían las canciones que interpretaban, y que se encontraban probablemente más interesados en jugar que en establecer complicadas relaciones románticas.
A estas alturas de sus vidas, todos ellos son unos adultos con poder de decisión, por lo que no puede decirse realmente que algún productor de Televisa los obligó a unirse a la gira. Pero es indudable que, ni siquiera en sus mejores momentos, ninguno de ellos ha podido ver ante sí a unas multitudes tan masivas y agradecidas como las que asisten a los conciertos de la presente gira.
Para un músico que creció en medio del olor a fama y que después vio desaparecer todo el éxito, reencontrarse con el pasado, aunque sea de manera momentánea. tiene que resultar atractivo.
De todos modos, los seis parecen haberse preparado del mejor modo posible para el regreso. Lejos de ofrecer un concierto en el que se pararan simplemente ante el público para cantar sus éxitos del pasado, apelaron a una vistosa escenografía de varios niveles, la misma que permitía un interesante desplazamiento para los cantantes y para su banda de músicos, y recurrieron también a modernos artilugios electrónicos para proyectar juegos de luces e imágenes.
Además, para tomar una saludable distancia con algunos proyectos del presente con factura semejante –¿alguien dijo RBD?–, los tres varones de Timbiriche se encargaron en muchos segmentos del show de los instrumentos musicales, sobre todo en el caso de Benny, quien empuñó no sólo la guitarra eléctrica como elemento decorativo, sino que le arrancó varios solos de tendencia bluesera.
Otro detalle particularmente llamativo fue la diversidad del repertorio. Timbiriche fue, es y será recordado siempre como un grupo de pop comercial sin mayor proyección artística, y no faltaron en la velada temas de ese tipo, como La vida es mejor cantando, Con todos menos conmigo y Corro, vuelo, me acelero. Pero, al menos el miércoles, sus integrantes se preocuparon por salirse del molde predecible al variar la intensidad del espectáculo con popurrís de diferente sabor.
La primera sorpresa fue la reinterpretación de algunos números del musical Vaselina, en el que ellos mismos participaron siendo muy chicos. Asumiendo trajes propios de principios de los 60s , los seis amigos no sólo cantaron piezas como Amor primero y Rayo rebelde, sino que interpretaron incluso algunos de los segmentos hablados de la versión mexicana de la obra musical Grease.
Después vino un segmento abiertamente rockero, en el que desfilaron temas como Rocanrolero soy y Rock del amor que, además de darle carta blanca a la guitarra de Benny, le dieron a Erick la posiblidad de demostrar que sigue siendo el cantante más dotado del conjunto (aunque no se puede decir lo mismo de sus dotes como bailarín, que parecen haber disminuido con la edad).
En todo caso, cada uno dio algo de sí mismo para ganarse el pago de la jornada. Entre las mujeres, la única que exhibió realmente talentos vocales fue Sasha; pero sus dos compañeras la secundaron perfectamente en las coreografías, sobre todo en una que se llevó a cabo sobre una plataforma elevada y que buscó imitar a una estatua hindú de varios brazos.
Finalmente, aunque el estado físico de todos luce por lo general adecuado (fuera de uno que otro exceso abdominal y de varias arrugas), es muy claro que ninguno de ellos es el jovencito de ayer, y que no les sienta nada bien seguir cantando algunos de los temas más inocentones y adolescentes de su repertorio.
Más allá de la nostalgia que puedan generar y del entusiasmo que sigan teniendo sus fanáticos, estos seis cantantes —que se reformaron hace casi una década con Paulina Rubio para una gira semejante— deberían descartar desde ya la idea de reunirse nuevamente dentro de diez años.
Fuente: laopinion.com
Friday, September 14, 2007
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